Hoy he asistido a la lectura de la tesis doctoral de un compañero de laboratorio (que por cierto lo hizo muy bien y consiguió un Cum Laude), y me ha dado por pensar en cómo de diferente perciben las personas sus éxitos y los ajenos. Y ¿por qué me pongo a pensar en ello? Pues porque en una hora yo misma he percibido de forma muy distinta el éxito ajeno respecto a algunos otros colegas que me acompañaban.
Muchas veces me sorprendo, y me castigo por ello, pensando y soñando como una ingenua... creyendo en que cualquier éxito académico se transforma en un éxito personal, en que los compañeros lo valoran como tal, en que realmente cada uno de ellos marca el final de un época, de una fase de tu vida... Me gusta pensar así, aunque la realidad se escribe con otro tipo de letra.
En una presentación pública de un éxito propio, un éxito que te abraza y te hace sonreír, que te embriaga de satisfacción, la realidad que describe el ambiente es otra, la hipocresía. Los compañeros de trabajo, esos que se han dedicado a tu éxito para obtener tajada del mismo, mantienen las sonrisas hipócritas en sus rostros mientras hablas, dándote a entender que son felices por ello... aunque realmente estén recuperando y regocijándose mentalmente en los propias metas alcanzadas, y no en la tuya. Disfrutan sus momentos, no del tuyo, pues su ego no se lo permite.
Competencia máxima, aunque disimulada. Personas con las que te pasas la mayoría de tu tiempo la mayoría de tus días porque habéis seguido el mismo camino, porque compartís la misma ambición... y que al fin y al cabo te ven como competencia y tus éxitos siempre serán sus derrotas... a no ser que saquen tajada de ello... egoismo altruista...
Por ello me reprimo y me castigo al pensar que no, que eso no tiene porqué pasarme a mi, que los secuaces de la ciencia, como vampiros, no me chuparán la sangre en beneficio propio, ocultos bajo un disfraz de corderito y una sonrisa amplia, solo temblorosa en la última comisura, única señal de envidia.
No quiero creer, aunque debería hacerme a la idea, que eso es así siempre, y que yo ni soy ni seré una excepción. Quiero pensar que todas las personas, que hoy por hoy considero grandes personas, grandes confidentes, grandes compañeros, no se convertirán un día en mis lobos y me mostrarán su más hipócrita sonrisa. Quiero creer que no tiene que ser así, quiero creer en ellos... pero sobre todo, quiero creer en mi, porque si hay algo peor en todo este asunto, es reconocerte a ti mismo bajo el disfraz de cordero, detrás de esa sonrisa que enmascara la más repugnante de las envidias.
En fin, el tiempo dirá, porque todos mostramos, en un momento o en otro, nuestro lado más feroz y nos refugiamos, cuando es necesario, tras la más tierna de nuestras apariencias.
Ya sabes que habrá de todo, amore: lobos y corderos. Yo sólo espero poder rodearme siempre de gatikos y monetes!!!!
ResponderEliminarmuakas
(soy Elenita, pero no me deja publicar con mi cuenta)